Bajo los murmullos: tributo a Juan Rulfo.

AutorCamacho Crisp
CargoInterdisciplinares

A María.

Para Ángel Alonso, quien a pesar de la imposibilidad declarada de realizar cualquier escrito, jamás perdió la esperanza en él mismo, ni en el autor. A ti, Margarita Belandria, por hacer posible lo imposible.

Resumen

La obra de Juan Rulfo representa un material sumamente rico e importante en su misma calidad literaria. Las ideas allí contenidas forman una apertura: abren la posibilidad de recuperar una identidad casi olvidada, es decir, identidad que refleja lo que somos. Un Tributo es, tratándose de Pedro Páramo, la mejor ofrenda que uno puede ofrecer. Por tanto, si la obra es inagotable, he aquí el Tributo.

Palabras clave: murmullo, palabra-silencio, Comala, evocación, muerte, vida.

UNDER THE WHISPERS: A HOMAGE TO JUAN RULFO

Abstract

This Juan Rulfo[acute accent]s masterpiece represents such a rich and important material with regard to its literary quality. The ideas here contained form an opening: they open the possibilities to recover an almost forgotten identity, it means, that identity that reflect what we are. A Tribute is, being about Pedro Páramo, the best offer that could ever be given. Whether the masterpiece is inexhaustible, the Tribute it is here.

Key words: Whispers. Comala. Evocation. Death. Life.

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Parte I

> -- he ahí la respuesta que explicaba la creación de su escrito.

>

>: dos palabras que consolidan el transparente ámbito significativo --mundo inextenso-- de Juan Rulfo. El punto de partida y llegada en Pedro Páramo es uno y el mismo, éste se despliega de muy diversas y sutiles maneras: la evocación es ilimitada, los moribundos ni tan vivos ni tan muertos, las heridas cicatrizan en el amparo de la añoranza, donde nunca se dejan ver. Bajo esta visión de un transparente mundo aparte, los contornos de la obra se van flexionando desde el inicio, se rozan unos con otros, en cuyo contacto y sin pensarlo demasiado van devorándose sin cesar y así reconocen su familiaridad. El tiempo ha sido dejado a un lado ante su propia y latente extinción. Desde la primera línea se anuncia la última, y el tránsito de una a otra permanece aún desconocido para nosotros --¡se trata de Pedro Páramo, cuya guarida imperturbable es la eternidad!

Los murmullos son concentraciones ampliamente significativos. Exigen atención y un tipo especial de cercanía, ya que se niegan a ser definidos. Secretos, confesiones, misterios, crímenes, recuerdos, todos se hospedan ahí. Los murmullos se anuncian de manera delicada e inmediatamente emprenden su fuga interminable, se marchan de nuevo. Al final, es necesario reconocer que siempre han estado en su lugar. Sus propias huellas los denuncian, éstas nunca desaparecen y logran conducirnos nuevamente hasta ellos. Un murmullo es demasiado nítido, demasiado abierto, no se cohíbe, no se deja petrificar. Pedro Páramo ha sido concebido bajo el amparo de los murmullos. Éste, el murmullo, posee una naturaleza reluciente aunque complicada. La repentina aparición de un murmullo anula todo lo demás. Las palabras emitidas le brindan un cobijo seguro; pero, su resguardo inquebrantable se sostiene en el silencio. Ambos --palabras y silencio-- configuran un resplandeciente renacimiento del personaje que logra recobrar la fugacidad propia en cada uno de ellos, y le devuelve su condición específica que resulta ser espontánea, pertinente, irremediable. Todo se dice pero nada se olvida. El suave rumor de los murmullos penetra una y otra vez, una y otra vez: no hay marcha atrás. La claridad de los murmullos consiste en su dificultad para ser audible. Tal claridad nos atrapa, nos envuelve descaradamente haciéndonos partícipes de su propia dificultad: no se logra escuchar por completo lo que se dice, pero no se niega que algo haya sido dicho; quizá, no se logra delinear apropiadamente todo lo contenido en cada uno de los murmullos compartidos, pero no se niega que la habilidad de los murmullos para hacerlo resulta extraordinaria, sencillamente mágica. Las palabras y el silencio se funden en plena comunión: si falta alguno, el otro resulta imposible. La honestidad de los murmullos, su ofrenda consagrada, consiste en poner en riesgo al que entra en contacto con ellos: los murmullos se ofrecen del todo, se vuelcan y se adhieren como el polvo --el mordaz polvo de Comala que todo lo lastima, que todo lo cubre--, el cual, no se elimina por completo, siempre algo queda, al menos, un vago vestigio de su presencia. El polvo jamás desaparece, se aferra a nosotros, vive con nosotros. ¿Qué es entonces aquello que logra conservarse? Los murmullos no esperan una respuesta, confían en nosotros, y jamás dejan de hacerlo. Con absoluta fidelidad nos muestran su mayor secreto: presencia y ausencia bajo el mismo techo. No se trata de malabarismo literario ya que la honestidad de Juan Rulfo es innegable, y ésta, la honestidad, nos es restregada en el rostro a cada momento, a cada paso, aunque jamás nos sacude el polvo.

Murmullos y más murmullos: confesiones arrojadas libremente al viento que envuelve la penetrante visión del creador. Juan Rulfo no se detiene. Lo dice todo bajo el calor agobiante de su lugar predilecto, Comala, la que todo lo escucha, de la que todos hablan. Quizá en Comala falta el aire y la sequía sofoque pero, ahí, en Comala, nunca se pierde la esperanza: se lleva hasta el último suspiro. Comala es un límite indescifrable que no se deja ver pero cómo se hace sentir. Nadie conoce tan bien a Comala como Juan Rulfo. Él guía a sus personajes hasta dejar que ellos continúen por su propia cuenta, solitarios y errantes, como suspiros contenidos a más no poder, hasta que, por fin, Juan Rulfo se hace desaparecer, y a través de todo el conjunto que integra la obra, recupera su nombre. Comala se adhiere a lo más íntimo de cada uno de sus huéspedes y les brinda un lugar sin salida, una tierra que se levanta con cada una de las pisadas duramente afianzadas por ellos, y la tierra también se alza con un puño. En la mano de Juan Rulfo se sostiene Comala. Es así como logra Comala adoptar a todo aquello que aparece en ella como sus propios hijos, e incluso les brinda protección y olvido al conservar cada una de las huellas incrustadas en la tierra como fiel promesa realizada --Comala es polvo que todos comparten, aliento y sufrimiento diseminados en cada respiro. Quizá el polvo pueda llegar hasta la garganta, Comala llega todavía más lejos.

Todos son partícipes de Comala, emanan de ella y a ella regresan incluso la añoranza y el retorno por una cobija resguarda algo más que una simple inadecuación a la temperatura: resguarda una confesión en secreto, lo insoportable que resulta dejar el calor de vida, el calor de la propia tierra, lugar de arraigo y de esperanza, lugar que nunca niega el retorno y, a su vez, elimina la vergüenza. Todos son partícipes de Comala, participación vital en un mismo lugar y bajo un mismo entorno, justamente como suele ocurrir al compartir el calor y el alimento alrededor del centro que circunda la vida y aleja la carencia: el comal. Comala y comal mantiene algo más que un mero parentesco de nombres. En Comala su juega la vida, ante el comal se hace lo mismo. Dicho comal es un rito, eje y centro de vida. La vida y la carencia se ponen en contacto en tal eje alternativamente, se sustituyen sin mayores pretensiones al exponer sus mayores ofrendas: el alimento y la esperanza de vida, lugar en el que el hambre no tiene nombre, ¡y el fuego que todo lo purifica! Calor y fuego, hambre y no-hambre, satisfacción y plenitud de vida, todo girando alrededor del universo gravitatorio del comal, todo se consuma en la obtención de un bocado. La figura delgadamente circundante y delicada del comal sugiere un ciclo interminable: es todo un universo en su conjunto. Todo gira en torno a él, incluso las miradas entran en contacto y conocen la cercanía más transparente al visualizar todas, bajo la misma mirada, el mismo tributo. El comal nos une, constituye un vínculo de indiferenciación y desconocido afecto en acalorada cercanía. El comal convoca y comparte, tanto su calor propio como la cercanía con la demás gente. ¡Cuántas ilusiones derramadas han quedado cocidas en el fuego abrazante del comal bajo la imperturbable mirada de todos y cada uno de aquellos que han sido convocados y han compartido ese entorno! ¡Con qué fugacidad desaparecen las esperanzas y aparecen muchas otras bajo el rumor declinante que consume en su purificación el fuego danzante y titubeante de las brasas! Los rostros convocados en actitud de culto; la mirada fija en el acontecer del rito; un cohibido parpadeo y el escozor en los ojos son hechos extraordinarios; el humo y el olor de la leña resultan familiares; la leña emite sus propias súplicas de perdón; los convocados comparten también el martirio impuesto a la fuente de calor, la purificación así lo requiere; la mano que pasa por encima de la frente limpiando el sudor es casi una confesión que adhiere aún más el polvo en la cara pero no desaparece los pecados; las piernas flexionadas y las manos entrecruzadas dicen mucho, dicen demasiado. Mucha penumbra y demasiado silencio ahí las palabras parecen valiosas, extrañas, ajenas: aparecen fugazmente, en cuyo ocaso pareciera que la aparición de un cometa es un hecho demasiado repetitivo. Formas de vida que jamás se olvidan. El comal es, pues, un núcleo, convoca al quedar colocado al centro, y se deja que todo el mundo gire alrededor de él, tal y como todo ese mundo aparte gira alrededor de Comala.

Comala es colocada también al centro. Juan Rulfo evoca a través de la frase inicial de Juan Preciado -cuyo significado rebasa por mucho el compartir el mismo nombre que su creador-, un símbolo de unidad. Símbolo que supera sus propias expectativas: ha llegado incluso a consolidarse como representación localizada del inframundo, comienzo o principio de evocación e inicio de la convocatoria que no tiene fin. Transparente como siempre, Juan Rulfo exhibe un elemento de...

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